Capea Bartolos 2016

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Domingo. Día 13 de noviembre. 4 de la tarde. Viento suave, frío y sol. Los Colegiales llegan a la finca «Palometas» donde les aguardan tres bestias listas para la lidia.

El miedo era palpable, la tensión se cortaba con un cuchillo. Estas son las tardes que diferencian a un hombre de un niño. Llegaron niños, en especial uno con nombre de pez, y salieron … aún más niños, pero con moratones. Es la Capea de los Bartolos. 

Primero los Colegiales visitaron los morlacos, que se encontraban en sus pastos. Después, tras la selección por parte del ganadero, se prepararon para su lidia. Los más valientes cogieron los capotes y se pusieron a practicar, haciendo como que sabían, en el ruedo. Mientras tanto, los menos valientes estaban en las andanadas llenándose de valor, o de marmita, según se mire.

5 de la tarde, tradicional hora taurina: sale la primera vaquilla. Llamada Matanovatos, era brava, con nervio, noble, astifino, ojinegro y con especial querencia por los compañeros latinoamericanos, con quienes pasó un buen rato revolcándolos por el suelo. A ésta primera le siguieron un añojo y otra vaquilla, todas de la prestigiosa ganadería granadina «Palometas».

El primer atrevido en salir a recibir la vaquilla fue un Colegial de primero, conocido como «El Niño de los Peines», el lacas de Almería (de primero, no lo confundamos con un mayor apasionado también de la laca). Toreó con regularidad, y mucha chulería, se salvó, pero dejó a la vaquilla con ganas de embestir a los siguientes. Mucha pose y poco estoque.

Siguió «La Carreta de Jerez», que esperaba este día desde que llegó al Colegio y vio una foto de José Tomás en la Sala de Conferencias. Llamando a la vaca con acento inglés consiguió confundirla y evitar que le tirase.

Hasta aquí los que salvaron: 2. Los 38 siguientes sufrieron, en mayor o menor medida, la rabia de Matanovatos. Destacan los revolcones que se dieron un nuevo residente latinoamericano con la vaquilla, que le tiraba una vez y volvía al minuto a por más, para repetir la secuencia.

«El Gitanillo del Zapillo» y «El Majares» sufrieron un destino similar: comer tierra. Peor fue lo que le pasó a «El Torero Proletario», que poco más y la vaquilla lo lleva de vuelta a Sevilla sin la opción de tener descendencia.

Hubo muchos cobardes, sobretodo mayores, que se quedaron en las gradas disfrutando de la merienda, con unos refrigerios ligeritos, pero entre los corbardes destacó «El Rumano de la Jungla», que se pasó la tarde trepando al árbol huyendo despavorido de todos los animales, hasta del gato que por allí pasaba.

Con más valentía que coordinación, estaba «Alopecio del Mar»: el tranquilo, el lento, pero seguro, o no, el impasible, el imperceptible, el férreo, el duro, el gafas, el Heissenberg, el rápido. Hay que reconocer que es el que más bravuconería le echó: que la vaquilla le embestía y él estaba a sus cosas, para variar. Se le cayó el capote cerca de la vaquilla y hay que reconocer que no temió ni un segundo, su paso (a una velocidad de 1 kilómetro/hora) fue firme, decidido, directo, confiado, y nada, al final le volvió a derribar la vaquilla.

Pero no nos podemos olvidar de los mayores, entre los que destacaron «Salvi el Látiguillos» y «El Patrón». El malagueño por antonomasia, que el año pasado debutó con acierto, no tuvo suerte en esta faena, se ve los nervios de que su compañero se encontrase en las gradas hicieron que Salvi decidiese la opción más cobarde: tapar con el capote la cabeza de la vaquilla y huir.

«El Patrón», que aprendió a torear en la Escuela Taurina de Bogotá, trajo afición de allí, que le gritaba: «Pablooo, Pablooo». No pudo hacer más que dos pases porque se tropezó consigo mismo, dejando el nivel de los veteranos por los suelos. Menos mal que la vaquilla se apiadó de él cuando estaba tirado en el albero. Al verlo tuvo que pensar: «suficiente tiene ya con esas patillas».

 

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